La altura política ha
sido la de siempre, de una bajeza esperada carente de imaginación o
creatividad. Vergüenza o vergonya, como prefieran. Que el fracaso de
las políticas responde a la ineficacia de las gestiones del Gobierno
de España y del Gobierno de Cataluña, es una obviedad. Los
políticos incapaces de solucionar un problema, responsables del
enconamiento del conflicto agravando la situación, simplemente
deberían dimitir. Dimissió y dimisión.
Si mañana se dictara una
ley que prohibiera llevar una camiseta negra, automáticamente
millones de personas seríamos delincuentes. Cierto es que, en un
estado democrático, los que llevamos camisetas negras podríamos
manifestar nuestro desacuerdo con esa ley, con actuaciones pacíficas
y democráticas. Eso sí, vistiendo camisetas negras en nuestras
legítimas protestas cometeríamos una ilegalidad al expresar un
derecho. Aunque el hecho en sí no supone ningún daño, como
respuesta obtendríamos palos de la policía obedeciendo ordenes
directas del Gobierno Central. Ha quedado claro en Cataluña.
Lo ocurrido en Cataluña
el día 1 de octubre ha pasado de evitable a inevitable,
reconfigurando el conflicto trasladándolo a un estadio de enorme
gravedad. Ciudadanos pacíficos fueron agredidos por Cuerpos del
Orden del Estado de una manera brutal. La torpeza del Gobierno de
Mariano Rajoy ha sido ejecutada con violencia policial bajo sus
órdenes y responsabilidad. “Quédate en España a palos”, fue el mensaje enviado. La paleta de colores se ha reducido y, aún peor,
se ha colocado en los tonos más oscuros del espectro social. Con
porras y pelotas de goma se instala la incertidumbre.