De todas las cosas que hago,
además mal, sin duda la escritura es la más atrevida. Soy un atrevido por
escribir. Si desde pequeño soñé, y planeé, ser dibujante y más tarde fotógrafo, fue porque en mí
existía la intensión de serlo. Pero con la escritura jamás he tenido
pretensión alguna.
Pista rápida para pensamientos e
ideas, adelantándose mis temblorosos dedos sobre el teclado quemado para atreverme a esta desnudez. Tal desnudez no
existe en lo plástico. Sí que existe el desnudo, pero no tan directo, tan
concreto. ¿Qué puede haber más explícito que un texto? Puede llegar a ser
más pornográfico que cualquier imagen dibujada, fotografiada, filmada o
grabada.
Mi primera fotografía fue un
desnudo. Un autorretrato en blanco y negro. De cuerpo entero y totalmente de
frente, con una gran pajarita sobre mi pubis que luego colorearía de amarillo.
En esa época ni sospechábamos de los ceros y los unos, éramos analógicos. Yo
tenía 17 años y junto a mis compañeros de la Escuela de Arte empezábamos a conocer
la fotografía. En poco más de veinte metros cuadrados y acompañados tan solo de
dos focos de luz continua, realizábamos nuestras imágenes de estudio. Y allí
estaba yo, de frente desnudo ante la cámara pensando que si mi primera foto era
esa, no tendría que esconder nada. Ya lo habría mostrado todo de alguna manera.
Sin embargo, aunque encuadráramos en la fotografía un detalle de mi sexo no
llegaría a desnudarme tanto como lo que pudiera conseguir con un texto.
Gustar a todos no sólo es
imposible, sino que pensar lo contrario sería estúpidamente pretencioso. Pero
callar sería morir en vida. Ciertas políticas europeas destinadas a limitar
derechos civiles y legales a los ciudadanos demuestran la clara intención de
algunos gobiernos por callar bocas. Diferir es inevitablemente bueno, pero para
ello se ha de dejar hablar a todos. Lo siguiente es simplemente respetar al
otro en su diferencia, y no tergiversar las palabras de sus opiniones para
descalificarlo e insultarlo.
Tengo y tenemos, derecho a
protestar cuando nos meten el dedo en el ojo. Aunque siempre habrá alguno que
mantenga la idea de que se trata de una agresión de mi córnea a su pulgar.